viernes, 1 de abril de 2011

Herbívoros y carnívoros.




Por Alejandro Roque



Los sistemas políticos humanos son herbívoros o carnívoros. A veces son ambas cosas combinadas. Hay épocas en que la hierba les suministra paz; otras en que la carne les garantiza el poder. Hierba y carne—y sus derivados—han sido a su vez el sustento del ciudadano común y de todo lo que respira y se mueve bajo este sol que nos alumbra.


Según el diccionario de la Real Academia “hierba es toda planta pequeña cuyo tallo es tierno y perece después de dar la simiente…y carne es la parte muscular del cuerpo de los animales”. Los humanos somos primero hierba que echamos simiente y seguidamente carne que perece y debe ser devorada, por esos sistemas políticos que pretenden traernos la felicidad y prosperidad que solo Dios tiene el poder de establecer; no obstante, ellos lo ignoran a propósito.


Son ciegos, guías de ciegos; y mientras van y vienen en sus actividades culinarias cotidianas y geopolíticas, cortan y tragan.


Quien escribe ha vivido y conocido ambos sistemas políticos—Socialismo y Capitalismo—los cuales en sus respectivas avanzadas como organismos sedientos, y engendro de los cuales fueron también el comunismo y nazismo; han logrado triturar más hierba y carne en la historia humana que ningún otro. Los he vivido en el corazón donde se originaron o desarrollaron como supernovas del futuro; de tal forma que no apreciamos el falso depurativo intelectual de tantos doctores académicos seculares, teólogos liberales, e ideólogos, quienes tratan mediocremente de convencerse ellos y convencer a otros del nefasto mejunje medicinal que promueven.


En su Epístola a los colosenses el apóstol Pablo le advierte a la iglesia de Colosas: "Mirad que ninguno os engañe por medio de filosofías y vanas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los elementos del mundo, y no según Cristo; porque en él habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente" (Col 2:8-9).


Pobres y reconocidos diablos filosóficos. De nada les vale pues la queja cuando los complejos militares industrializados gastan trillones de dólares, euros, rublos, rupees y yuanes; mientras la hierba enloquece y la carne enflaquece.


El comunismo lo padecí durante treinta abriles incluyendo sus prisiones, y en el capitalismo he caminado durante los últimos diecisiete años de mi vida; viviendo y estudiando en instituciones académicas de ambos-todos: URSS (Cuba) y USA. Hemos dedicado algunos años—aprendiendo y sufriéndolo—a vivir y observar el comportamiento humano en ambos sistemas, en diferentes niveles y poderes adquisitivos. El homo-sapiens no se diferencia mucho pues el pecado que lo atormenta proviene del mismo caudal y obscuro hueco etéreo; sin embargo, las culturas y tradiciones influyen dentro de la psiquis de un grupo o nación, siendo alimentadas por ambiciones y afanes de conquista personal, nacional, o global.


Algo similar ocurre durante las relaciones humanas en la mismísima base de la sociedad. Pocos humanos en su edad madura, no importa cuán píos o no se estimen ante sus propios ojos, pueden con sana seguridad mirar al cielo—aún sabiendo ser pecadores—y pedir sin temor como el tirsatha Nehemías: “acuérdate de mí Dios mío para bien” (Nehemías 13:31).


Por regla general el humano se siente seguro no por conocer al Dador de la vida; sino cuando su poder adquisitivo sobrepasa la norma, y el dinero es instrumento cortante a su alcance.


Para los sistemas políticos no es diferente. Ese instrumento cortante que arrebata con diabólica fangosidad el poder, devora hierba y carne humana cuando lo estima necesario. Hierba somos mientras se nos puede convencer con discursos ideológicos; y en carne nos convertimos cuando ello no basta y se necesita infundir terror, persecuciones sangrientas, plenos abusos bajo la luz del día, e injusticias que son acompañadas con indecibles sufrimientos y lágrimas.


Ambos sistemas, en algún retrato ilustre de su historia, cortan hierba y tragan carne en demasía.


En el artículo titulado: La esperanza que se pierde, expusimos el por qué muchos seres humanos se sienten desesperanzados; y es porque su fe no es asentada en la piedra angular de los siglos—Jesucristo—sino en el mundo arenoso de las torres de babel. Gran culpa de esto tiene Roma, debido a que durante siglos habló de un reino celestial imaginario en el cielo imposible en la tierra; no obstante a que el Hijo de Dios incesantemente nos recordó que el jardín del Edén volvería a habitar entre los hombres.


Cuando Cristo nace se le dice a María: “Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y le dará el Señor Dios el trono de David su padre. Y reinará en la casa de Jacob por siempre” (Lucas 1:32-33). ¿Se ha dado usted cuenta cómo Roma finalmente endiosó a la humana María, poniéndola como mediadora entre hombres y el cielo, cuando la misma Palabra de Dios nos dice que solo hay un Mediador entre los hombres y Dios: Jesucristo?


El es el Cordero Divino sacrificado en expiación por nuestros pecados; no María u otro humano. Desviando la atención de Cristo, se le abría el trono romano a un otrora calculado e inventado título de suplente; mientras la maquinaria religiosa sincretista y pagana amontonaba seguidores.


Y aún hoy transcurrido más de un milenio, todavía algunos en asombro se preguntan del por qué el Señor permitió entonces durante siglos el avance musulmán sobre los pueblos cristianos del Norte de Africa y España. Así como en aquellos tiempos el paganismo romano abrió las puertas al maremoto mahometano; hoy el cristianismo moderno monetizado, virulento, idólatra y ateo, se apergolla ante la revoltosa y extrema islamización del mundo árabe.


Los que controlan las finanzas mundiales y planean su bestialidad global a expensas de los tontos-útiles, toman nota de la importancia religiosa. Una vez que los pueblos científicamente influenciados se estremecen en sus caldos sociales, éstos pseudo-políticos internacionales les agregan limón, sal, picante, humo y azufre; mientras organizan y le dan el toque final a un nuevo sincretismo universal que aporte una religión política-establecida para todos.


Tal como los dos sistemas políticos que analizamos, la maquinaria religiosa—en todas las áreas del planeta—igualmente corta hierba y traga carne. En el caso de la moledora romana, le acompaña la idiocia y a su vez idílica negación de la posibilidad de un reino terrenal de Cristo, haciendo así garantizar a su antojo que el Hijo del Altísimo necesite un falso suplente mediador universal; es decir, un Vicarius Filii Dei, Vicarius Christi o Santo Padre; sin embargo Jesús mismo, espiritualmente hablando lo condena sentenciando:


“Y vuestro padre no llaméis a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el cual está en los cielos” (Mateo 23:9).


Si realmente creyeran al Espíritu Santo entenderían el por qué estas cosas fueron advertidas antes de ocurrir, y tomaran con seriedad—todas las instituciones cristianas—el ministerio profético del Señor, que fue extenso e ininterrumpido durante sus tres años de ministerio público que conocemos históricamente, y revelado a su Iglesia en el espíritu.


Todo este andamiaje operado desde una dimensión demoníaca, se ha montado en el transcurso de los siglos para ahora traernos al último “suplente universal”, quien está a punto de aparecer en el panorama político internacional. El Anticristo—quien finalmente se auto endiosará—odiará a los cristianos juntando alrededor de sí mismo a todos esos millones quienes nos toman por fanáticos intolerables que necesitan ser zarandeados como trigo. Nada hay que temerles, Jesús le aclaró a Pilatos: “Ninguna potestad tendrías contra mí, si no te fuese dado de arriba; por tanto, el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene” (Juan 19:11).


Si alguien duda que Cristo se refería a un Reino de Dios establecido y dirigido por él desde Jerusalém escuche cómo les dice a sus discípulos que volverían a gozar en paz bebiendo del fruto de nuestra tierra: “Porque os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga” (Lucas 22:18). Es un reino aquí entre nosotros, que no necesita de suplentes, y es por esto que—a pesar de tantas citas bíblicas que nos hablan de ello—hemos escogido solo algunas de las que fueron reveladas por boca del Señor mientras habitó entre nosotros.


Los hombres imaginan únicamente lo que a vista es posible, desechando los ojos de la fe. El Señor le advirtió a sus apóstoles que lo imposible para los humanos, es a su vez posible para Dios; sin embargo, es necesaria una regeneración y nuevo nacimiento espiritual para ello, como se lo describe al fariseo Nicodemo. Esa regeneración será sellada cuando la última trompeta estremezca los cielos y la tierra, en el instante que lo incorruptible del cuerpo se vista de incorrupción, y la muerte física sea vencida por la inmortalidad. La carne y sangre no pueden heredar la promesa eterna a menos que seamos transformados (1 Corintios 15: 50-54).


El apóstol Pedro quería que Jesús le hablara claramente de cómo instauraría su Reino glorioso entre los humanos—acá en el planeta azul bello y eterno—que Dios creó para ser habitado de generación en generación de aquellos que le aman y buscan; y es cuando el Unigénito del Creador, Hijo de Dios y de los hombres, le asegura:


“De cierto os digo, que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando se sentará el Hijo del hombre en el trono de su gloria, vosotros también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel…mas muchos primeros serán póstreros, y póstreros primeros” (Mateo 19: 28-30).


El Reino prometido está a las puertas, y el oro de cada linaje humano será primeramente purificado en la hornaza del fuego. No dejéis que necesidades, persecuciones o ambiciones pasajeras te arrebaten esa bendición eterna incomparable con 70-90 años que puedas vivir bajo las falsas promesas de estos y otros sistemas políticos, los cuales se desmoronan como castillos de naipes, cuando la excesiva hambre de poder no les permite alimentar sus parodias ni respirar sus venenos.


Hierba y carne piden todos…pronto hierba y carne consumirán hasta que se harten y perezcan. Y nunca jamás se les pueda encontrar en la historia; cuando el resplandor del Señor los sobrecoja apareciendo desde el cielo, ante la incertidumbre y el asombro de un mundo que creyó solo en los truchimanes milagros que esas ambiciones y codicias pudieron generar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario